Leyendas y arquetipos del Romanticismo español, Segunda edición

264 Leyendas y arquetipos del Romanticismo español IV Lorenzo se acostó a las once y un cuarto de hora después dormía profundamente. Soñó que estaba en una selva del Nuevo Mundo, en compañía de un ser misterioso vestido de blanco, que no hablaba, contentándose con mirarle fijamente. Aquel hombre debía ser el Encubierto, cuya historia le habían contado de tan diferente manera Antonio e Inés. Tenía hermosa figura, pero su rostro estaba excesivamente pálido y llevaba con frecuencia sus manos al pecho, en el que tenía una herida de la que brotaba 1 la sangre en abundancia. Al despertarse no pudo menos de pensar: —He aquí el origen de la supuesta visión: se duerme uno creyendo que ha de venir; se sueña con ella, y una persona que sea algo supersticiosa confunde la quimera 2 con la realidad y supone que en esta habitación ha entrado un alma en pena. Ya me figuraba yo que no vería nada, aunque descansase en la cama del Encubierto. Luego volvió a dormirse, pero con un sueño algo agitado, y al rayar el alba se despertó de nuevo. Esta vez había olvidado dónde estaba, no se acordaba de don Enrique Enríquez de Rivera y tardó largo rato en coordinar sus ideas. A la dudosa claridad que penetraba en su estancia, vio que la ventana que había dejado entornada, porque no podía cerrarse del todo, estaba completamente abierta, que el Cristo que había a la cabecera del lecho se hallaba sobre la mesa, y cerca de la cama un fragmento de tela 3 blanca. Fijándose aún más, observó que las manchas de sangre del suelo habían sido lavadas, que el piso estaba por allí algo húmedo; pero que a pesar de eso, las terribles huellas no habían desaparecido. Lorenzo meditó sobre todo aquello y no pudo menos de convencerse de que alguien había penetrado de noche en la pieza, aunque él, cansado a causa de las fatigas del viaje, bastante duro en aquella época, y de pasados insomnios, no hubiese sentido absolutamente nada. Se vistió y comprendió que el fantasma, o como quisiera llamársele, no había penetrado por la puerta, sólidamente cerrada, y sí por la ventana que daba a un patio con una salida al campo. Durante el día no habló de tan singular suceso a su familia, riéndose, por el contrario, de la credulidad de los vecinos de Burjasot, que atribuían al almadelEncubiertocosasquenohabíanocurridoni ocurriríanprobablemente nunca. No se trató de él más que una vez que 4 Inés le dijo: —Mañana, 19 de mayo, es el aniversario de la muerte del Rey encubierto; mi madre me ha dicho que íbamos a oír una misa por él, ¿querréis acompañarnos? —Con mucho gusto, Inesita. —¿Es cierto que no habéis visto nada esta noche?—preguntó la muchacha. —Si he de ser franco te confesaré que he dormido y que por lo tanto no puedo asegurar si en mi cuarto ha estado o no el alma de don Enrique. —¿Es posible que hayáis dormido allí? —Estaba muy cansado y cuando me he despertado era de día. —Observad mejor esta noche. —Así lo haré. Se pasó aquella tarde recibiendo Lorenzo innumerables visitas de la gente del pueblo que fue a saludarle, y únicamente al anochecer salió un rato 1 salía 2 fantasía, sueño 3 fabric 4 hasta que

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